martes, 27 de noviembre de 2007

Diego Armando Maradona

Ahora que los bebes charlan, Maradona hace hablar a la pelota.

Porque con esto de los bebes que ya vienen con un micrófono abajo del brazo con carácter de espiquers de nacimiento se produce el caso de comprobar que antes, solo nacían jugando al fútbol como este tocayo fenómeno que es Diego Maradona, 16 años y de quién la gente pregunta “si habla” ¿Si habla? Pobre de vó! Más que habla hace hablar a la pelota. Y como Maradona es casi un niño, en Parque Patricios la tarde dominguera fue la fiesta de la niñez esperanzada.

Un corner contra campo huracanero; Giordano, uno qui fu de Racing y ahora talla fuerte con el rojo de los “bichos”, sirvió el tiro de la esquina, más bien corto, más bien fuerte, más bien a media agua; la defensa globera queda chanta, Baley Chocolate se quedó esperando que hirviera la leche y Maradona, con toda su viveza de gorrión suburbano, con toda su alegría de pibe y su visión de maestrito de la globa y con toda su audacia y todo su pelo, se anticipa a todos va al encuentro de la talope, le da la bienvenida y con un toque de coroca clava el cuero entre las piolas y los bichos 1 a 0. Baley pensaba en el chocolate espeso y Carrascosa, más bien no quería creer en lo que allí había pasado.

Ahí está Diego Maradona, 16 años, es uno más y es un fenómeno. Tiene un gran parecido con Omar Sívori “El Cabezón”; igual en la forma repentina que apareció en las carteleras estelares, siendo por igual casi unos niños; en la misma facheta de carasucias, mirada pícara de muchachitos traviesos que han tenido que salir temprano a ganarse el bullón; de gambeta insolente, como de desafío a los grandotes que no los pueden agarrar ni tirándoles el lazo; los dos medio petisones pero bien construidos; los dos medio cabezones aunque Sívori le gana por media cabeza ¿te acordás lo que dijo aquella vez un reo del tablón? “Fijate vó- le contaba a otro que tenía de ladero- que este Sívori, cuando va a la peluquería, la cabeza no se la lavan, se la baldean”. Sívori tuvo la fortuna de aparecer en un clú de los grandes. Y allí es más fácil picar alto y levantar vuelo. Casi tan facilongo como le es difícil a uno de clú chico, reducido al tono humilde de la cosa de barrio, que la gran publicidad se ocupe de él y le ayude a trepar por esa escalera de la fama donde la meresunda viene sola: guita, morlacos, vento, incienso, halagos y sonrisas de niñas platinadas llegan solas...

Estábamos en eso, meta guitarrear viendo las cosas que estaba haciendo el pibe Maradona con la globa; ya estaba Argentinos 2 a 0 por un penal inútil hecho por jugador torpe, cuando se estaba jugando el segundo tiempo y Huracán era una lágrima...y en eso desencadenan los “bichitos” su contragolpe y es Maradona el que lleva la pelota.

Atención que es el genio. Allá va y gana terreno. Un esquive a Leone que se va por “corbata”; un movimiento de cuerpo y Miguel Flores que se va por “baranda”; es un patinador sobre hielo, es un zapateador, es un billarista. Entonces es cuando le sale al cruce Baley como queriendo evitar que el genio se haga el loco. Y Maradona que es el genio lo esquiva con una gambeta cerrada, saluda y se va. Le sale Fanesi; el “bichito” lo espera, lo desplaza con un golpe de cintura y abierto el boquete en la trinchera rival, abierto el agujero y despejado el camino de la gloria el chico –como en un brindis a los chicos catamarqueños que contemplaban aquella jugada con ojos maravillados- tocó y marcó el gol que fue lo más hermoso de la tarde futbolera del domingo.

Diego Lucero , 10000 horas de fútbol, Pág.52-55, 1977.

Maradona y los héroes.

Como el día del partido inaugural, frente a Bélgica, tuvo un desempeño opaco, muchos se preguntaban de dónde, desde cuándo y por qué el mito Maradona. Después del partido de Argentina contra Hungría, que el pequeño astro iluminó de principio a fin con el fuego de artificio de su sabiduría, ya nadie lo pone en duda: Maradona es el Pelé de los años ochenta. ¿Un gran jugador? Más que eso: una de esas deidades vivientes que los hombres crean para adorarse en ellas. Por un período que será fatalmente breve –este es el más absoluto y el más fugaz de los reinados-, al argentino le toca ahora ser, para millones y millones de personas en el mundo, lo que fueron, en sus también rápidos turnos imperiales, Pelé, Cruyff, Di Stéfano, Puskas y algunos otros: la personificación del fútbol, el héroe en quien este deporte se hace cifra y emblema. Los mil millones de pesetas que, se dice, ha pagado el Barcelona por incorporarlo a sus filas

son una prueba rotunda de que Maradona ya accedió a ese trono, y, a juzgar por lo que fue su actuación ante los húngaros, y el eco que ella ha tenido en el público, este Mundial demostrará que el “Barca” ha hecho una inversión rentable. Diez millones de dólares es mucho dinero por un simple mortal que patea la pelota, pero no es nada si lo que en verdad se compra es un mito.

Maradona es un mito porque juega maravillosamente, pero también porque su nombre y su cara se graba en la memoria al instante y porque, por una de esas indescifrables razones, que no tienen nada que ver con la razón, de entrada nos parece inteligente y simpático. ¿Tienen algo que ver esa impresión con su estatura? En el partido contra Hungría, viéndolo operar entre esos altos y fornidos defensas magiares que se relevaban con patética ineficacia por contenerlo, uno tenía la alentadora impresión de que hay una justicia inmanente, de que también en el fútbol es cierto eso de que más vale la maña que la fuerza, de que lo que cuenta, a la hora de patear la pelota, no son de ningún modo las patas, sino la fantasía y las ideas. Sin embargo, a pesar de su escasa estatura, Maradona no da la impresión de ser frágil, sino alguien fuerte y sólido, acaso por esas piernas robustas, de músculos salientes, que resisten sin menoscabo los encontrones de los defensas adversarios, no importa cuán altos y fuertes sean. Esa cara de muchacho soñador, ingenuo, lleno de buenas intenciones, le sirve de maravilla para engatusar a los desmoralizados bípedos encargados de cuidarlo, porque lo cierto es que, a la hora de cargar y jugar recio, también sabe hacerlo y con un ímpetu que se diría incompatible con su físico.

No es fácil definir el juego de Maradona. Es de tanta complejidad que, en su caso, cada adjetivo necesita una apostilla, una matización. No es brillante e histórico, a la manera del soberbio Pelé, pero su eficacia es tan rotunda cuando lanza, desde ángulos inverosímiles, esos disparos potentísimos hacia el arco, o cuando, mediante un pase escueto y preciso como un teorema, pone en movimiento una irresistible operación ofensiva, que sería injusto no llamarlo espectacular, un jugador que torna un partido en una exhibición de genio individual (o en un “recital”, como dijo un crítico, con excelente puntería, de su desempeño frente a Hungría). El estilo de Maradona traumatiza esa división que creíamos válida entre un fútbol científico, típico de Europa, y un fútbol artístico, de estirpe hispanoamericana. El delantero argentino practica ambas a la vez y ninguna de ellas en especial, es una curiosa síntesis en la que la inteligencia y la intuición, el cálculo y la inventiva se apoyan continuamente. Igual que en su literatura, Argentina ha producido un estilo de fútbol que es la manifestación más europea de lo hispanoamericano.

Si en los próximos partidos, Maradona juega como jugó contra los húngaros, organizando con la misma eficacia las acciones ofensivas de su cuadro, bregando con idéntica codicia el balón, pateando y cabeceando al arco con la misma furia y precisión y arreglándoselas, incluso, para bajar y echar una mano a su propia defensa, no hay duda que, con prescindencia de la colocación de Argentina en el cuadro final, él será el héroe de este campeonato (y de los años que sigan).

Los pueblos necesitan héroes contemporáneos, seres a quienes endiosar. No hay país que escape a esta regla. Culta o inculta, rica o pobre, capitalista o socialista, toda sociedad siente esa urgencia irracional de entronizar ídolos de carne y hueso ante los cuales quemar incienso. Políticos, militares, estrellas de cine, deportistas, cocineros, “play-boys”, grandes santos o feroces bandidos, han sido elevados a los altares de la popularidad y convertidos por el culto colectivo en eso que los franceses llaman con buena imagen los monstruos sagrados. Pues bien, los futbolistas son las personas más inofensivas a quienes se puede conferir esta función idolátrica. Ellos son, claro está, infinitamente más inocuos que los políticos o los guerreros, en cuyas manos la idolatría de las masas se puede convertir en un instrumento terrible, y el culto del futbolista no tiene las miasmas frívolas que enrarecen siempre la edificación de la artista de cine o de la musaraña de sociedad. El culto al as del balompié dura lo que su talento futbolístico, se desvanece con este. Es efímero, pues las estrellas de fútbol se queman pronto en el fuego verde de los estadios y los cultores de esta religión son implacables: en las tribunas nada está más cerca de la ovación que los silbidos.

Es también el menos enajenante de los cultos, porque admirar a un futbolista es admirar algo muy parecido a la poesía pura o a una pintura abstracta. Es admirar la forma por la forma, sin ningún contenido racionalmente identificable. Las virtudes futbolísticas –la destreza, la agilidad, la velocidad, el virtuosismo, la potencia- difícilmente pueden ser asociadas a posturas socialmente perniciosas, a conductas inhumanas. Por eso, si tiene que haber héroes, ¡que viva Maradona!

Mario Vargas Llosa

La copa se quedo sin gracia

Entretanto usted se esfuerza para ser un sujeto normal / Y hacer todo igual / Yo, de mi lado, aprendo a ser loco / maluco total / En la locura real.../ Controlando a mi locura /Mezclada con mi lucidez / Voy a quedarme... quedarme con certeza / Maluco Belleza, yo voy a quedar / Con certeza, maluco belleza.../ Ese camino que yo mismo escogí es tan fácil seguir / Por no tener adonde ir.../ Voy a quedarme con certeza / Maluco belleza, voy a quedar...” (Raúl Seixas, Maluco Beleza)

John Lennon decía que todo lo que es sincero y sale de adentro tiene valor, siempre dice alguna cosa, como la canción arriba, de Raúl Seixas. Yo agregaría que arte solo es arte cuando es un grito que viene de adentro. La espontaneidad y autenticidad se miden por ahí... El arte es el corazón, arde con él, es febril. Forma de manifestación superior del espíritu, el arte es el último reclamo del alma, de ahí que necesariamente tiene que ser siempre crítica (o entonces no es arte) Reflejo mediatizado de la realidad, el arte es en última instancia, una protesta. ¿Y que es sino esa protesta sino el desahogo de un alma depredada, que no se encuentra o no acepta lo real, ese aburrido real?

Tal grito puede ser también aquel del alma perdida en el amor y no correspondida. O del alma que, en busca de su identidad, de su espacio, todavía no consiguió doblar la realidad, vencerla, no consiguió comunicarse, no consiguió enfrentar lo otro, no consiguió ser! Hasta porque no es fácil, no es simple. Los más mediocres se dejan corromper por los celos, envidia... Viven alimentándose del rencor. Vengándose. Son rebeldes, sí, pero la falta de talento los lleva al laberinto de la intriga, del chisme: hablo de mi carácter. Los más sensibles gritan, pero no en el arte. Son también rebeldes, pero miran mas lejos. Dejan su legado sincero para la Humanidad, que así va aprendiendo con la experiencia de los más sensibles.

La droga es la fuga de quién ya se cansó (o no tuvo fuerzas ni coraje) de gritar. Donde quien ya gritó, percibió que no sirvió de nada. Lo cotidiano, aquél del día a día, es sofocante, además de sin gracia. Peor: la mayoría de las veces, victorioso. La droga no es el problema, es la única salida/respuesta para aquellos que no consiguen convivir o enfrentar lo real (este sí, es el problema).

Quién lucha para sobrevivir sabe: ese conflicto entre lo que usted gustaría que sucediera y lo que de hecho sucede es lo que lleva a las drogas (y yo incluyo aquí, es claro, el alcohol, y el humo, ¿por qué no?). Entonces no hay como condenar esa nueva muletilla encontrada por la Humanidad: la droga. O usted intenta mudar lo real o queda callado y no juzga ni condena al drogado. Cuando compuso “Maluco Beleza”, Raúl Seixas (que murió victima de la droga) hizo arte. En la letra, se percibe la relación de madurez que mantenía con la droga. Raúl murió por causa de la droga, pero también maduró con ella. Si no dio la vuelta por arriba, a tiempo de abandonarla como sucedió con Lennon, es otra cuestión.

Lo que yo quiero decir es que fue mejor para el mundo tener Raúl Seixas con la droga, que un Raúl Seixas “normal, que quiere decir hacer todo igual”, por lo tanto sin ella (la droga). Al menos (y lo que se reconoce en la letra de la canción), la droga lo “desmediocrizó”: y ¿qué es ser normal, correctito, sino estúpido? Normal es aquel que ya se conformó con lo real, sucumbió a ello, no grita, es feliz en su mundito pequeño, como el pajarito que capituló delante de la jaula y ahora “piensa” que aquel es el mejor de todos los mundos.

John Lennon fue más lejos: se drogó hasta no poder más y entonces descubrió que la droga era una fuga, era intentar tapar el sol con la mano, no era una buena salida. Cierta vez dijo que “estuvo allá”, pero que solo se encontró en si mismo, no con la droga. Solo drogándose llegó a esa conclusión. Raúl llegó a la misma, sin embargo nunca tuvo fuerzas para salir de la droga. Alma frágil, al menos murió lúcido.

Ahora, este caso de Maradona. ¿Cual es el brasilero que no quería ver a la Argentina afuera? Todos sin excepción. Evidentemente se olvidaron de que, algunos meses atrás Zetti (nuestro arquero Zetti) también anduvo reprobado en el examen anti-dopping. Encontraron cantidades suficientes de cocaína en su orina. Ahí, el jugador alegó que había tomado té de coca en Bolivia, pero la cantidad encontrada daba margen para muchas dudas. Todo quedo dicho por no dicho y la FIFA PERDONÓ AL JUGADOR. Ahora, con Maradona (¡ah, los antecedentes!), no hubo perdón.

Yo dudo mucho que Maradona haya tomado estimulante en esta Copa. Dudo mucho. Yo siempre tuve una fuerte admiración por este bajito, pero al mismo tiempo un profundo odio; por eso, puedo hablar de boca llena: lo que hicieron con el fue trampa de la gruesa, para sacar a la Argentina de la Copa, favoritísima en la recta (entonces, a un paso del tri, digámoslo).

Joao Havelange está no se hace cuantos mandatos en la FIFA y nunca el Brasil, con él allí, fue campeón del mundo. La edad ya esta pesando de tal manera que el parece haber hecho todo para que esta vez sea de Brasil. Havelange no pudo evitar que, en el sorteo nuestra llave acabase volviéndose una de las más difíciles. Pero, en la fórmula de disputa, colocó de un lado a Argentina, Alemania e Italia, para que se devorasen, y una sola fuese para la final. Del otro lado, dejó apenas a Brasil y a Holanda, y esto con certeza no fue coincidencia. El tiro casi salió por la culata ya en la primera fase, porque sin Maradona, la Argentina quedó tercero en su grupo y por poco no tuvimos que enfrentarlos (Rumania se encargó de impedirlo).

De cualquier manera hay un olor a maniobra en todo esto y la podada en Maradona parece ser parte del arreglo. Vamos, Maradona es el mayor del mundo, es genio, es brillante. Esta mucho más para un loco total, para maldito de que para muchacho normal (no se por que Pelé me viene a la cabeza ahora). (¡Vean todo mi apoyo a Pele!).

Habría sido mucho mas emocionante, bonito, sincero, honesto, derrumbar a la Argentina con Maradona y todo en el campo mismo, a nuestro estilo, que en las alfombras con la manito de Joao. ¡Todo porque Maradona es un drogado!¡No se trata de hacer la apología de la droga! ¡Claro que no! Pero si de reconocerla como el medio de llegar al “aquello que yo quiero ser”, o al “lo que yo quiero que sea”, puesto que “lo que es” es terrible y sin gracia.

Créalo, los que condenaron ayer pueden, y posiblemente sean los drogados de hoy. Es preciso acabar con ese cinismo construido siempre por los “normales”. Es preciso poner fin al moralismo barato, que solo ve en realidad sus propios intereses, la mayoría de las veces.

Abajo la droga, si, pero antes abajo las causas que llevan y han llevado al mundo a drogarse. Sin su mayor estrella, la Copa perdió la gracia. SINCERAMENTE. MARADONA VALE MAS QUE UN MILLÓN DE CASTIGADORES (aunque todos ellos sean normales).

Tom Capri, Brazilian Voice, pag. 21, Julio 1994